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Algunos préstamos hipotecarios ofrecen opciones para flexibilizar el pago de nuestras cuotas mensuales, con el fin de ayudar a personas que atraviesan dificultades económicas en el pago o, por el motivo que sea, necesitan una liquidez adicional.
Una de estas opciones es la carencia, que no es más que el aplazamiento del pago de parte o la totalidad de nuestra cuota mensual durante un período de tiempo determinado.
En la primera modalidad, el prestatario no paga la parte del capital que le correspondería, teniendo que asumir únicamente la parte de intereses de esa cuota.
En la carencia total no se paga nada, ni de amortización de capital ni en concepto de intereses.
En ambas modalidades, no se amortiza ni un solo euro durante el tiempo que dure la carencia.
A priori, parece una alternativa interesante para todas aquellas personas que no pueden pagar el préstamo durante un período de tiempo determinado.
Sin embargo, la carencia tiene repercusiones muy importantes en el pago futuro de la hipoteca. El hecho de que no amorticemos nada durante un tiempo no significa que no vayamos a tener que hacerlo en el futuro.
En realidad, en una carencia parcial, tendremos que amortizar la misma cantidad de capital vivo durante un período de tiempo más pequeño por lo que, por fuerza, tendremos que asumir una cuota hipotecaria mensual más elevada.
En la carencia total, además, tendremos que capitalizar a futuro los intereses que no hayamos pagado durante esos plazos, así que nuestro capital vivo aumentará en el importe de esa capitalización, aumentando la cuota mensual aún más si cabe.
Por ejemplo, si para un préstamo hipotecario con importe de 300.000 euros a pagar en 30 años con un TIN de euríbor más 1% (para simplificar los cálculos, tomaremos un valor del euríbor del 0,13%, que se acerca al dato real) se le aplica un período de carencia parcial de 5 años, la cuota a pagar estos primeros años será, tan solo de 282 euros, ya que solo pagaremos la parte correspondiente de intereses.
Sin embargo, el resto de meses, pagaremos una cuota mensual de 1.148,09 euros.
Si al mismo préstamo no se le hubiese aplicado ningún período de carencia, pagando, por tanto, la misma cuota mensual los 30 años, ésta ascendería a 982,66 euros, o lo que es lo mismo, 165 euros menos que los 25 últimos años del préstamo con carencia parcial.
En total, pagaríamos 361.345,52 euros si asumimos una carencia de cinco años y 353.757,06 euros si no aplicamos ningún tipo de carencia.
Si, en lugar de aplicar una carencia parcial, aplicamos la carencia total durante el mismo período de tiempo, sería el equivalente a contratar una hipoteca con un capital de 317.337,42 euros (al haber capitalizado un 1,13% de interés durante cinco años) con un plazo de 25 años (plazo total menos el período de carencia).
Así nuestra cuota mensual ascendería a 1.214,72 euros, y la hipoteca nos acabaría costando 364.416 euros, más de 10.000 euros más al cabo de los 30 años que si no aplicamos ningún tipo de carencia.
Siendo así las cosas, ¿a quién entonces le interesa contratar un período de carencia?
Al fin y al cabo, vamos a acabar pagando mucho más por nuestra hipoteca, por lo que parece muy mal negocio. Sin embargo, existen ciertas circunstancias que aconsejan aplazar el pago de nuestra cuota hipotecaria durante un período de tiempo.
En primer lugar, a aquellas personas que, como ya hemos dicho, pasan por dificultades económicas que pueden poner en riesgo el pago de las cuotas del préstamo hipotecario.
Si no podemos pagar, evidentemente, nos compensará negociar un periodo de carencia antes que poner en riesgo nuestra vivienda y nuestras finanzas personales, aun a costa de tener que pagar una cuota más elevada en el futuro.
En segundo lugar, a las empresas que hayan acometido inversiones muy onerosas para las que se espere un retorno en un futuro próximo.
De esta manera, la empresa puede esperar a que la rentabilidad de las mismas sirva para pagar el préstamo que ha servido para financiar la inversión.
Para ellas es mejor obtener una rentabilidad menor que arriesgarse a tener que contabilizar pérdidas que puedan poner en peligro la viabilidad de la empresa.
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