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Poco antes del estallido de la burbuja inmobiliaria y crediticia, se hablaba del apalancamiento financiero como la clave del éxito.
Se animaba tanto a las empresas como a particulares a financiar sus operaciones y gastos con créditos bancarios.
Ahora, este fenómeno parece repudiado y detestado como si se tratase de una especie de invención demoníaca creada para engañar a los incautos.
La verdad es que el apalancamiento financiero no es ni una cosa ni la otra. Se trata de una herramienta no carente de riesgos y que por tanto merece la pena que la examinemos y contemplemos.
Por supuesto, ni estos fondos ajenos representarán el total de la cantidad invertida en la operación (nadie está dispuesto a asumir el 100% del capital a arriesgar), ni la utilización de fondos ajenos se realizará sin contraprestación alguna.
Es decir, para ser más exactos, el apalancamiento implica:
Sin duda, la principal ventaja del apalancamiento financiero radica en que la rentabilidad potencial se multiplica en términos porcentuales, dado que estamos invirtiendo unos recursos de los que no disponemos.
Sin embargo, en caso de que la operación final no resulte como esperábamos también estaremos sufriendo unas pérdidas multiplicadas por el porcentaje de fondos ajenos utilizados.
Muy a menudo, se habla de apalancamiento en operaciones bursátiles.
Sin embargo, éste puede tener lugar en cualquier tipo de inversión, ya se trate de la compra de un inmueble o de la operativa de un negocio.
En este caso, vamos a explicarlo con un ejemplo sobre compra de acciones:
Contamos con 10.000 euros de fondos propios y solicitamos al banco una línea de crédito, por valor de 40.000 euros y con un tipo de interés anual del 10%.
Estamos utilizando estas cantidades porque son redondas y fáciles de manejar y, además, representan una relación de 1:4, que tradicionalmente se considera un apalancamiento razonable.
Además, vamos a simplificar la explicación asumiendo que, pasado 1 año, debemos devolver el total de los fondos prestados más los intereses, es decir, 44.000 euros.
En circunstancias normales, la devolución del capital puede y suele repartirse a lo largo de varios años, pero por motivos pedagógicos vamos a plantear que el plazo de devolución es de 12 meses.
Igualmente vamos a obviar el coste que pueda derivarse de las comisiones de la concesión del crédito y de la operativa en bolsa.
Supongamos que llevamos a cabo una operación comprando acciones por un valor total de 50.000 euros y que al cabo de un año logramos unos ingresos totales de 60.000 con la venta de las acciones, o lo que es lo mismo, una rentabilidad total del 20%.
Ahora bien, ¿una vez devolvamos el crédito solicitado, cómo quedará nuestra rentabilidad? Veamos, debemos descontar del monto final los 44.000 euros a devolver, quedando un total de 16.000 euros.
Originalmente, sólo contábamos con 10.000, de forma que nuestra rentabilidad real es del 60%.
¿Qué habría pasado si sólo hubiésemos invertido los 10.000 que teníamos de fondos propios? Habríamos ingresado 12.000 euros, de nuevo una rentabilidad del 20% sobre la operación de compra-venta de acciones.
- En el primer caso, habríamos obtenido una rentabilidad real del 60% sobre nuestros fondos propios y un beneficio en términos absolutos de 6.000 euros.
- En el segundo caso, nos habríamos contentado con un 20% y un beneficio de 2.000 euros.
Como se puede apreciar hay una diferencia notable.
Gracias al apalancamiento financiero habríamos obtenido un 300% más de beneficio (2.000 euros x 3 = 6.000 euros).
Visto desde esa perspectiva, apalancarse es un gran negocio, y ese es el motivo que lleva a mucha gente a aventurarse en este tipo de operaciones, en las cuales, con una fracción del dinero a invertir, se puede obtener rentabilidades absurdamente elevadas.
Lo mismo puede decirse de la apertura de un negocio o compra de un piso o de un coche, cuyo coste jamás podríamos permitirnos contando únicamente con los fondos propios.
Ahora bien, de la misma manera que el apalancamiento financiero multiplica la rentabilidad de una operación, también genera ese efecto en caso de tener pérdidas.
Recuperemos nuestro ejemplo anterior.
Hemos invertido un total de 50.000 euros en acciones que, al cabo de un año vendemos, recuperando tan sólo 40.000 euros. Es decir, en ese caso, la operación se ha saldado con un pérdida del 20%.
No obstante, debemos devolver al banco un total de 44.000 euros y únicamente contamos con 40.000.
No sólo hemos perdido los 10.000 euros que teníamos de fondos propios sino que, además, tenemos una deuda pendiente de otros 4.000 euros. En total supone una pérdida de 14.000 euros, o lo que es lo mismo un 140% de pérdida sobre nuestros fondos propios.
¿Qué habría pasado si únicamente hubiésemos invertido los 10.000 euros de los que disponíamos? Habríamos recuperado 8.000 euros, es decir, habríamos perdido tan sólo el 20% de nuestros fondos propios.
Este tipo de fenómenos ocurren muy a menudo en bolsa, pero han afectado igualmente a negocios y familias a lo largo de estos últimos años de recesión.
Cuando se piden créditos sin contar con suficientes garantías de poder hacer frente a su devolución se está asumiendo un riesgo que, en algunos casos, puede suponer la pérdida del hogar familiar o la quiebra de un negocio.
Antes del estallido de la crisis, muchas familias solicitaron créditos para comprar inmuebles desorbitadamente caros, coches nuevos e incluso vacaciones que no se podían permitir. Se concedieron créditos para la apertura de negocios que no contaban con un buen plan de viabilidad y, en general, se asumieron riesgos más allá de lo razonable.
El apalancamiento financiero es una herramienta increíblemente útil para poder realizar operativas que en circunstancias normales no podrían tener lugar.
Sin embargo, debe ser utilizado con cautela y siendo plenamente conscientes de los riesgos y consecuencias en caso de que dicha operación no resulte cómo deseábamos.
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