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Cuando tenemos un dinero invertido o queremos invertirlo, lo primero que deberíamos hacer es saber cómo podemos sacarle el máximo rendimiento sin exponernos a demasiados riesgos.
En el mercado existen multitud de productos financieros que se adaptan a todos los bolsillos y a todos los niveles de riesgo posibles. Alguno de los productos más interesantes en este sentido son los fondos de inversión tradicionales, a los que en los últimos años se les ha sumado un producto igualmente interesante y atractivo que tiene las características de un fondo sin llegar a serlo: los ETFs.
Pero, ¿cuáles son las diferencias entre ambos?
ETF son las siglas en inglés de Exchange Traded Funds, lo que en español viene a ser conocido como fondos cotizados.
Son fondos que se cotizan en bolsa de valores, es decir, están sujetos a la evolución de un índice de renta variable, como por ejemplo el Ibex35 o el Dow Jones americano, por lo que dependen del comportamiento de ese índice en función de las características de los mercados de la zona geográfica (renta fija, materias primas, etc).
Por simplificarlo mucho, podemos decir que un fondo cotizado es como una acción de un índice, en el sentido de que puede comprarse y venderse, sacar una rentabilidad por ella durante cualquier momento de la sesión sin necesidad de esperar al momento del cierre para conocer su valor líquido.
Es decir, el ETF replica la evolución de un determinado índice y normalmente mantiene en cartera el mismo número de valores que las de este índice ponderados en función de la importancia de cada valor en el selectivo. Se trata, por tanto, de una gestión pasiva.
Entre sus características más importantes, aparte de que no están sujetos a retención, está su transparencia ya que la cartera se publica diariamente, la compraventa se produce en tiempo real, algo muy interesante para los no iniciados en este mundillo de la bolsa y lo más importante de todo: una elevada liquidez. Al fin y al cabo, es lo que todo el mundo busca cuando invierte su dinero.
En realidad, el ETF comparte varias de las características de los fondos de inversión, en el sentido de que reúne el capital de muchos partícipes para invertirlos en diferentes activos y obtener una rentabilidad por ellos; eso sí, el gestor ya sabe de antemano cuáles serán los activos en los que invertirá su dinero, ya que se los da el propio índice en función de la participación y ponderación de cada valor en el índice bursátil.
Sin embargo, pese a esta semejanza, existen varias diferencias que les hacen ser productos diferentes.
La principal diferencia entre los fondos de inversión y los fondos cotizados es que los segundos cotizan en bolsa y su funcionamiento a la hora de comprar y vender es similar al de las acciones.
Por lo tanto, puedes conocer al momento el valor de las participaciones que posees; sin embargo, en los fondos de inversión ese cálculo se realiza una vez que finaliza la sesión y se conoce como valor liquidativo.
Por ese mismo motivo, con los fondos cotizados, puedes escoger el momento en el que vender siendo su valor el que marque la oferta y la demanda en cada momento.
Por su semejanza con las acciones, otra diferencia es que mientras que los fondos cotizados devengan dividendos, que calcula y fija el Consejo de Administración del ETF en base al resultado anual del cierre de fondos, en los fondos de inversión es necesario la venta de participaciones para obtener dividendos.
Las plusvalías obtenidas en la venta de un ETF se integran dentro de la base imponible del ahorro, a las que se le aplicará un determinado porcentaje en función de la cuantía de esta ganancia.
Sin embargo, a diferencia de los fondos de inversión, en los ETFs no se les aplica retención a cuenta de las ganancias patrimoniales derivadas de la transmisión de los mismos ni exención por el traspaso de participaciones a otro fondo cotizado.
En general, todas estas diferencias se resumen en una mayor transparencia de los ETFs con respecto a los fondos, ya que conocemos en todo momento su precio; una mayor liquidez; una menor diversificación, ya que estamos invirtiendo en índices que hacen referencia bien a una zona geográfica o a un sector determinado y unas menores comisiones de gestión, habitualmente menores que las de los fondos de inversión.
Tanto los fondos cotizados como los fondos de inversión son dos fórmulas perfectamente válidas para obtener rentabilidad.
Con los ETFs tendremos más control sobre nuestro dinero y sabremos en cada momento lo que ganamos o perdemos; con los fondos de inversión, en cambio, sólo podremos conocerlo al final de cada sesión y son controlados de forma más férrea por una gestora que nos libera de gestiones.
La diversificación también es un factor a tener en cuenta; si nos queremos arriesgar, siempre podremos optar por la opción de los fondos cotizados, en los que los mercados emergentes y las materias primas están sobre otros productos. Todo dependerá del tipo de inversor que seamos y las necesidades que tengamos en cada momento.
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