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Todos queremos la mayor rentabilidad para nuestros ahorros pero con el mínimo riesgo posible, pero conocer las diferencias entre invertir a largo y a corto plazo nos permitirá no solo a decidir el tiempo de nuestra inversión sino a beneficiarse de otros aspectos fundamentales de las mismas como la dedicación al proceso de gestión y control de dicha inversión.
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Cada sistema tiene sus características y la decisión más acertada será aquella que se adapte mejor a nuestra realidad económica y personal.
De nada sirve intentar beneficiarnos de la rentabilidad y seguridad de las Obligaciones del Estado con su 1,29%, si es muy probable que necesitemos usar ese dinero en un plazo anterior; y de nada sirve optar por una cartera de corto plazo y sus posibles ganancias si no disponemos del tiempo necesario para gestionarla.
Por lo tanto, antes de decidir nuestro plazo de inversión es necesario conocer los fundamentos de cada uno de estos sistemas.
Evidentemente, la primera de ellas es la disponibilidad del dinero invertido en un plazo más reducido.
El punto importante es reflexionar sobre cuál puede ser nuestro futuro económico y personal y considerar qué necesidades de caja vamos a tener más adelante para poder definir nuestro horizonte de inversión correctamente.
En cambio, si nuestro enfoque principal es la idea de obtener altas rentabilidades por nuestros ahorros, el corto plazo ofrece muchas más posibilidades que el largo.
No es difícil realizar, por ejemplo, operaciones intradía en bolsa que nos den como resultado un beneficio superior al 1%.
¡Eso es la rentabilidad de las Obligaciones del Estado a 10 años!
Pero lo que está claro es que aunque consigamos esas suculentas rentabilidades en plazos tan cortos es matemáticamente imposible que ganemos en todas las operaciones que nos planteemos de aquí a un año, y es muy fácil que las ganancias de un día o de una semana pueden verse truncadas por una mala operación puntual.
A la hora de valorar el riesgo del corto plazo podemos echar mano de las estadísticas.
Por ejemplo, se sabe que más del 90% de los particulares que se lanzan a negociar activamente en el mercado de valores, sobre todo con operaciones de corto plazo, termina perdiendo dinero.
Ese porcentaje es la inmensa mayoría de los inversores pequeños. Quizás sea por la poca formación, o simplemente porque los vaivenes del mercado bursátil son demasiado bruscos para soportar todos los cambios sufridos en el corto plazo y es necesario un fondo considerable y herramientas profesionales para hacerles frente.
La gestión de nuestras inversiones a corto plazo requieren la toma de muchas decisiones y eso implica tiempo para estudiar la situación y decidir el momento de compra e inversión, y tiempo para llevar un seguimiento cercano y constante de la misma para retirarse en el momento justo en el que consideremos que la tendencia ha cambiado.
Las operaciones a corto plazo se basan en decisiones estratégicas o de análisis coyuntural.
Un buen producto puede serlo hoy en base a las últimas noticias económicas o porque nuestras herramientas de análisis estadístico, por ejemplo, nos indican que es el momento de cambio de tendencia a alcista y es el momento de comprar.
Esto conlleva estar al día de todo este tipo de noticias y tendencias económicas, hay que leer, conocer la situación y decidir.
Además, esas herramientas de análisis pueden ser más o menos complejas de uso y hay que conocerlas bien.
La otra opción es reconocer que no queremos o no podemos entrar en esa línea de estudio y atención, y confiarle nuestra gestión directamente a un profesional al que le diremos los parámetros de nuestra inversión.
El entorno y los objetivos del inversor a largo plazo son diferentes. Si pretendes obtener una rentabilidad moderada a lo largo de los años, con una inversión de tiempo reducida y un riesgo también menor este puede ser tu sistema de inversión.
La disponibilidad del dinero invertido no debe de ser un obstáculo, todo lo contrario, nos debe permitir generar ingresos a lo largo de un tiempo largo.
En principio, la inversión a largo plazo suele ofrecer una rentabilidad inferior al corto plazo, pero si tenemos en cuenta todos los cambios bruscos de tendencia que la operativa a corto plazo acarrea, y las consecuencias financieras que una mala operación o un grupo de ellas puede suponer, quizás la rentabilidad real a largo plazo sea mayor, o por lo menos más asegurada.
Se puede invertir a largo plazo con mayor o menor riesgo, pero siempre con un horizonte más lejano.
Si optamos por una baja rentabilidad, el riesgo será casi nulo y la tranquilidad total, pero incluso si elegimos la adquisición de valores de Bolsa, por ejemplo, podemos establecer una estrategia de largo plazo eligiendo valores más estables con repartos de dividendos y que tengan una trayectoria de futuro bastante clara.
Aun así, hay que considerar que la bolsa también tiene ciclos alcistas o bajistas de larga duración.
El Dow Jones tuvo una rentabilidad nominal del 3,94% durante los 34 años transcurridos desde 1966 al 1981. Si consideramos la inflación de ese periodo, obtendríamos una rentabilidad real negativa del 4%.
En cambio, durante los 34 años siguientes hasta 1999 con una marcada tendencia alcista, su rentabilidad nominal fue de un 19,08%, quedándose en un 6,69% de rentabilidad real si consideramos la inflación sufrida también en dicho periodo.
La clave es conocer las diferencias entre la inversión a largo y a corto plazo y las características de nuestra situación personal y de nuestro perfil de riesgo.
Con ello, las posibilidades de acertar a la hora de elegir el sistema de inversión más rentable y más útil para nosotros aumentan.
No hay inversión sin riesgo, pero es posible reducir un gran porcentaje de riesgo innecesario eligiendo bien nuestros productos.
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