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Con la entrada del nuevo año, la mayor parte de familias españolas tienen que hacer verdaderos malabares para llegar a fin de mes. Las compras navideñas han dejado a más de un bolsillo maltrecho y esperando que se acabe uno de los meses más fríos del año para dejar atrás la escasez de liquidez.
Al igual que las familias españolas, las bolsas también tienen su particular cuesta de enero: es el conocido entre los analistas bursátiles como el efecto enero.
Se trata de un patrón estacional que consiste en que, durante el mes de enero, se producen rentabilidades anormalmente elevadas en relación a las obtenidas en el resto del año que, además, marca el comportamiento que tenga la Bolsa durante el resto del año.
Si enero acaba siendo positivo, es muy probable que el resto del año acabe siendo positivo también.
Echemos un vistazo al comportamiento del S&P 500 durante los meses de enero desde hace más de 60 años.
Desde 1950 hasta 2019, el rendimiento en el mes de enero ha coincidido con el rendimiento el resto del año en 49 ocasiones, es decir, un 75,38% de las veces.
Estos resultados indican, además, que en 40 ocasiones el resultado del mes de enero ha sido positivo y, en 36 de ellos, el balance anual también había sido positivo.
Es decir, en un 90% de las veces que enero ha sido positivo, el año ha acabado también en verde. Un dato que muestra una significativa correlación entre los resultados de enero y los resultados del resto del año.
Este patrón afecta con especial intensidad a las empresas más pequeñas o con más riesgo por tratarse de las más volátiles pero, en realidad, puede extenderse a todo el mercado de valores.
¿A qué se debe este fenómeno? ¿Por qué los inversores obtienen tales rentabilidades? ¿Y por qué te lo cuento ahora?
Como en casi cualquier ámbito de la vida real, no existe una explicación cierta sobre sus causas. Sin embargo, existen hipótesis aceptadas con cierta generalidad sobre las razones de tal fenómeno.
Una de las hipótesis planteadas es que durante el mes de diciembre los inversores profesionales e instituciones de inversión arriesgan menos en sus inversiones con el objetivo de presentar un informe de cuentas anuales favorable a sus intereses profesionales.
Es lo que comúnmente se conoce como el maquillaje de carteras, utilizando generalmente la estrategia conocida como mark-up, que consiste en liquidar a final de año aquellos activos que cuenten con menor popularidad para que no aparezcan como componentes de la cartera.
De este modo se maquilla la composición de la cartera, haciendo más atractiva la inversión y atrayendo, de esta manera, a potenciales inversores.
Otra de las posibles explicaciones es aprovechar al máximo posible las ventajas fiscales en el año anterior.
En diciembre se suelen reajustar las carteras de los individuos para aprovechar las deducciones y bonificaciones fiscales incluidos en la ley y que no han sido aprovechados el resto del año.
Puesto que tanto los fondos de inversión como los planes de pensiones tienen un tratamiento favorable en el IRPF, muchos contribuyentes se decantan por estos instrumentos de inversión colectiva en lugar de mantener sus saldos líquidos o invertirlos en otros activos menos favorables desde el punto de vista fiscal, como los depósitos a plazo o las acciones.
La tercera de estas hipótesis tiene que ver con la gestión de los fondos de inversión.
En líneas generales, los gestores o brokersbrokers no suelen hacer cambios bruscos en la composición de sus carteras por miedo a que los reajustes desestabilicen los rendimientos esperados y echen al traste con la reputación de dichos fondos.
Por eso, esperan hasta enero, una vez pasado el benchmarking, para hacerse con nuevos activos y despojarse de los que menos rendimientos han proporcionado.
Por último, la que quizá sea la razón más relevante, está el factor psicológico.
Basta que se extienda un rumor entre los inversores para que acabe por autoconfirmarse. Se trata de las profecías autocumplidas.
Si los inversores saben que, con generalidad, la Bolsa acaba subiendo durante el mes de enero, habrá más inversores dispuestos a esperar hasta Año Nuevo para comprar, haciendo que el valor de las acciones acabe subiendo.
A pesar de que el efecto enero se ha reproducido de forma más o menos estricta a lo largo de los últimos años, en ningún caso debería utilizarse como un indicador fiable sobre la evolución de las bolsas el resto del año.
Se trata de un efecto curioso cuya probabilidad obedece a una serie de hipótesis que hemos planteado en el punto anterior, y no exactamente a un fenómeno económico.
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