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La inversión es una carrera de obstáculos llena de dificultades.
Desde que empezamos, estamos continuamente informándonos sobre las mejores estrategias para invertir, buscando los brókers con las comisiones más bajas y, por supuesto, eligiendo los productos que mejor se adaptan a nuestras circunstancias.
Sin embargo, en este proceso, es muy habitual dejar de lado los factores más elementales, y acabamos cometiendo errores financieros que pueden poner en riesgo nuestra inversión.
Por eso, si no quieres pecar de inversor novato, te damos algunos consejos para eliminar o reducir en la medida de lo posible estos errores.
Estos son algunos de los más habituales, por si alguna vez te ha ocurrido.
Se trata de uno de los factores más determinantes y, a la vez, uno de los que menos atención se le presta.
El tratamiento fiscal que tiene un producto puede diferir de otro, y a largo plazo esto puede provocar pérdidas significativas en nuestra cartera.
A modo de ejemplo, no es lo mismo un fondo de inversión en el que es posible el diferimiento de impuestos a través de los traspasos que un ETF, para los que es necesario vender (y pasar por Hacienda) antes de comprar.
Del mismo modo, si nuestro objetivo es la jubilación, los planes de pensiones desgravan, pero a largo plazo habrá que tributar por la totalidad de derechos consolidados a los tipos vigentes del IRPF.
Por eso, conviene informarse de los productos que tengan un tratamiento fiscal más favorable respecto a nuestras circunstancias con el objetivo de evitar sustos cuando reembolsemos nuestra inversión.
Algunos inversores, especialmente los que invierten a corto plazo, calculan su rentabilidad sin tener en cuenta la pérdida del poder adquisitivo del dinero.
Hay que recordar que, del mismo modo que la capitalización compuesta hace crecer de manera exponencial la rentabilidad de nuestra inversión, la inflación también crece del mismo modo.
A modo de ejemplo, una inflación media del 2% a 30 años supone una reducción del valor del dinero de un 81%.
Paliar este efecto negativo no es sencillo, pero mucho menos si no lo tenemos en cuenta a la hora de elegir nuestra estrategia de inversión.
Los inversores están demasiado influenciados por sus emociones.
Existen numerosas teorías que buscan explicar la psicología de los inversores, tratando de dar explicación al comportamiento que hace que vendamos cuando el mercado cae y compremos cuando sube, perdiendo buenas oportunidades de inversión.
Tanto el pánico como la euforia son sentimientos tan incontrolables que hace que tomemos decisiones completamente equivocadas. A largo plazo, los mercados tienden a la media, y no hay razón para pensar que no será así en el futuro.
Si somos capaces de controlar estos sentimientos, algo que no es en absoluto sencillo, tendremos éxito como inversores.
Nuestro objetivo no debería verse modificado por las decisiones de otros inversores. Siempre habrá caídas en el mercado que momentáneamente reduzcan la rentabilidad de nuestra inversión, pero en la mayoría de los casos, mantener nuestra cartera inalterada nos hará ganar más dinero que salir demasiado tarde o demasiado pronto.
Las prisas son malas consejeras.
Muchos inversores eligen su Bróker sin comparar tarifas ni condiciones. Y si bien hace poco tiempo no había mucho entre lo que elegir, en la actualidad existe una amplia variedad y gama de brokers, muchos de los cuales operan directamente a través de Internet, con la reducción de costes que esto supone.
Es más, existen diferencias en cuanto a las condiciones en función del vehículo elegido: no es lo mismo invertir a través de un fondo de inversión, que generalmente tiene asociadas comisiones de gestión que se descuentan directamente de nuestra rentabilidad, que en acciones o ETF, que tienen comisiones de compra y de venta que se aplican sobre la cantidad invertida o reembolsada.
Una de las máximas de cualquier inversor que se precie es la necesidad de diversificar, es decir, de no poner todos los huevos en una misma cesta. Pero diversificar no es componer una cartera de valores aleatorios: exige escoger los valores adecuados que no estén correlacionados entre sí para evitar que caídas abruptas en un valor de la cartera tengan impacto sobre el resto.
Además, a veces nuestra diversificación acaba siendo cara. Por muy bien diseñada que esté nuestra cartera, nunca podremos alcanzar la proporción de valores que deseamos si lo hacemos directamente comprando acciones, por ejemplo.
Existen otros vehículos, como los fondos de inversión, que permiten una diversificación real de una forma mucho más optimizada.
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