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La crisis económica que hemos vivido en los últimos años ha hecho que tengamos que cambiar la mentalidad desde el punto de vista económico y financiero.
Nos ha hecho aprender que la deuda no es una buena compañera de viaje, que los pisos no siempre suben de precio y, sobre todo, que preservar nuestro patrimonio es una tarea cada vez más complicada.
Los tipos de interés negativos han puesto de manifiesto un cambio de paradigma que ha pillado con el pie cambiado a muchos economistas, incapaces de dar una explicación a este fenómeno tan antieconómico.
Por esta razón, la renta fija ha dejado de ser atractiva. Los productos financieros y otros activos seguros por los que antes recibíamos hasta el 4% han desaparecido del mapa.
En la actualidad, la media de los depósitos a plazo fijo en España devenga una media del 0,40% en intereses, y en Europa las cosas tampoco están mucho mejor.
En los últimos tiempos, sin embargo, han aparecido en escena una serie de activos que cuentan con una característica muy concreta: su objetivo es evitar que el titular de esos derechos pierda dinero, ni siquiera por el efecto de la inflación.
Entre ellos, destacan los bonos ligados a la inflación, un activo que ha perdido fuelle estos últimos años de deflación, pero que puede volver a coger impulso en los próximos meses, especialmente si, como se espera, la inflación se acelera.
Se trata de un tipo de bonos y, por tanto, de títulos de deuda (pública o corporativa) que devenga un cupón fijo a lo largo de todo el periodo de amortización, y que incrementa el principal de la inversión de acuerdo a un indicador de precios, que suele ser el índice de precios al consumo (IPC). Normalmente, este principal tiene un suelo que nunca sobrepasa, y que impide que al vencimiento se sitúe por debajo de la inversión original.
Dicho de otro modo, la deflación no tiene consecuencias sobre los bonos ligados a la inflación.
Dada una senda de inflación positiva, el principal crece a lo largo del tiempo y, por tanto, el pago del cupón también es mayor.
Como índice de referencia para calcular el nivel al cual crece el principal de estos bonos se suele utilizar en Europa el Índice de Precios al Consumo armonizado ex-tabaco, publicado mensualmente por Eurostat.
Si en un momento determinado, se decidiese por cambiar el índice de referencia, se modificaría de forma que no alterase la evolución normal del Coeficiente de Indexación.
La principal diferencia entre un bono nominal y un bono ligado a la inflación la encontramos en su estructura de pagos.
Así, mientras un bono nominal paga cupones periódicos en función del principal y el tipo de interés, un bono ligado a la inflación paga cupones inicialmente menores que se van incrementando conforme aumenta el principal por el efecto de la inflación.
Además, al vencimiento, en un bono nominal se devuelve el último cupón más el valor nominal del principal mientras que, por el contrario, en un bono ligado a la inflación se paga la inversión original aumentada en el nivel de inflación durante ese período para evitar pérdidas de poder adquisitivo.
La principal ventaja de los bonos ligados a la inflación en relación a los bonos nominales es evidente: permite preservar el poder adquisitivo del capital a lo largo del tiempo.
Gracias a ello, podremos comprar los mismos activos reales antes que después de invertirlo. Sin embargo, en caso de que exista deflación, nunca devengará un interés negativo.
Además, sirven para diversificar carteras, pues suelen estar bastante descorrelacionados con otros activos reales tales como la bolsa y otro tipo de bonos.
En líneas generales, los inversores han acogido bien este tipo de instrumentos financieros. Es por ello por lo que muchos países los han comenzado a emitir como deuda pública para obtener recursos económicos.
El propio Tesoro español se unió hace relativamente poco tiempo a la lista de países que lo emiten, entre los que destacan Francia, Italia, Alemania o Estados Unidos.
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