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Un CFD, o contrato por diferencias, es un producto de inversión que permite realizar operaciones tomando como referencia la evolución del precio o cotización de un determinado activo llamado activo subyacente.
Entre estos activos destacan las acciones de una determinada compañía, las commodities o incluso, algunos bonos soberanos.
Consiste en un contrato en el que se intercambia la diferencia del precio de un instrumento financiero en el momento de apertura de un contrato y el momento del cierre del mismo.
En este sentido, son productos equivalentes a cualquier otro activo que cotice en un mercado organizado, como las acciones.
Sin embargo, tienen ciertas características que los hacen diferentes pero, a la vez, muy atractivos para cualquier inversor.
Los CFDs permiten invertir en un activo sin necesidad de tener la propiedad física del título, a diferencia de otro tipo de instrumentos, como las acciones, los bonos soberanos o las commodities, en las que es necesario adquirir el título completo para poder operar con ellas durante el período de tiempo que permanezca en nuestra propiedad.
Este tipo de operativa proporciona unos beneficios muy atractivos para el inversor como, por ejemplo, la posibilidad de apalancarse o, lo que es lo mismo, la no obligatoriedad de realizar la aportación total del activo en el momento de su adquisición, sino únicamente un depósito en concepto de garantías, lo que facilita la inversión y adquisición de varios activos diferentes y también la diversificación.
El apalancamiento aumenta la rentabilidad de nuestra inversión en términos porcentuales pero puede provocar pérdidas mucho mayores que en el caso de otros instrumentos que no permiten tal posibilidad.
Por tanto, aunque el apalancamiento constituye un elemento muy interesante para los inversores, en especial los minoritarios, hay que tener sumo cuidado cuando realizamos operativas de esta manera.
El apalancamiento permite que el inversor sólo tenga que aportar una pequeña parte de la inversión en concepto de garantías.
Por ejemplo, imaginemos que queremos comprar 100 acciones del Banco Santander a 8 euros la acción.
Si comprásemos las acciones directamente al broker, tendríamos que desembolsar la totalidad de la inversión, es decir, 800 euros. Si solo disponemos de 400 euros, tendremos que conformarnos con adquirir 50 acciones.
Sin embargo, con los CFDs, al permitir el apalancamiento, podemos adquirir los contratos sin desembolsar la cotización completa, tan solo una parte en concepto de garantías, que suelen rondar entre el 1% y el 10% del total de la inversión.
Con un 5% de garantías, tan solo tendremos que desembolsar 40 euros por las 100 acciones, en lugar de los 800 que habríamos tenido que desembolsar en caso de haber comprado las acciones directamente. En este caso se dice, también, que el apalancamiento es de 20.
El apalancamiento aumenta la rentabilidad de nuestra inversión en términos porcentuales, sobre todo en relación al resto de productos financieros como las acciones.
Como los CFDs son contratos por diferencias, el inversor recibirá la diferencia entre su aportación inicial y el resultado de su inversión.
En el ejemplo anterior, si el precio de las acciones aumenta hasta los 10 euros por acción, el inversor habrá obtenido como beneficio 200 euros en total (2 x 100 acciones), es decir, un 25% de rentabilidad.
En cambio, si en lugar de acciones adquiere contratos de CFD con un 5% en concepto de garantías, la rentabilidad se calculará en función de la cuantía aportada, es decir, 40 euros, y dará como resultado un 500% (Beneficio de 200 euros / 40 euros de cuantía aportada).
Hay que decir, sin embargo, que las pérdidas también se multiplican con el apalancamiento.
Siguiendo con el ejemplo anterior, si la cotización de las acciones hubiese sido de 6 euros, es decir, un 25% menos, el inversor habría perdido el 500% de las garantías solicitadas por el proveedor de CFD. Las pérdidas también se han multiplicado con el apalancamiento.
Además de la posibilidad de apalancamiento, los CFDs tienen una serie de características adicionales que les hacen aún más atractivos.
A diferencia de las acciones, los CFDs permiten adoptar posiciones cortas. Es decir, los inversores venden un activo financiero con la esperanza de que baje de precio en el futuro para, posteriormente, cerrar su posición y obtener la diferencia como beneficios.
Por ejemplo, imaginemos un inversor que vende 1.000 acciones de una determinada empresa X a un precio de 10 euros, es decir, vende 10.000 euros. Si, al cabo de 6 meses, el precio de la acción cae a 9 euros, y el inversor decide cerrar su posición (no confundir con vender), habrá ganado 1.000 euros (puesto que la diferencia entre la cotización de la acción el momento de la apertura de la posición y la de su cierre es de un euro).
Además, los CFDs constituyen un elemento muy interesante para, al igual que el resto de productos financieros derivados, realizar coberturas de nuestra inversión con el objetivo de cubrir posibles pérdidas.
Lo habitual es, al mismo tiempo que se adquieren, por ejemplo, acciones de una compañía X, tomar la posición corta de un CFD.
En definitiva, un CFD es un instrumento financiero muy interesante y atractivo tanto para inversores minoristas como para inversores más cualificados si se sabe utilizar con cabeza, puesto que las pérdidas derivadas de la utilización de esta instrumento financiero pueden superar con creces las aportaciones realizadas.
En todo caso, se trata de un producto mucho más flexible que los títulos financieros tradicionales, como las acciones o las commodities, y permiten acceder a la inversión de cualquier activo en cualquier parte del mundo.
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