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A la hora de valorar una determinada inversión, es necesario tener en cuenta una serie de factores clave que pueden marcar la diferencia entre una buena y una mala decisión.
Dos de los más importantes, pero al mismo tiempo muy relacionados entre sí, son el riesgo asumido por el ahorrador y la rentabilidad esperada por la inversión.
No en vano, estas dos variables están relacionadas entre sí de forma directa; es decir, conforme mayor sea la rentabilidad esperada por los inversores, mayor será también el riesgo que, necesariamente, tendremos que asumir.
No existe inversión sin riesgo; simplemente existen inversiones cuyos riesgos son menores.
La rentabilidad es la capacidad de una inversión para generar un rendimiento o beneficio adicional.
Se calcula en términos porcentuales en función de la cantidad invertida. La rentabilidad de cualquier inversión puede ser más o menos segura, pero en ningún caso cierta, ni siquiera para aquellos instrumentos financieros que, por sus características, puedan parecer seguros, como los bonos soberanos.
Conforme aumentamos nuestra rentabilidad esperada, mayor es el riesgo que tendrá que asumir el ahorrador para cualquier inversión o crédito.
Por poner un ejemplo sencillo, el propio tipo de interés de muchos préstamos que conceden y fijan las entidades financieras llevan implícito el riesgo de insolvencia del deudor, entre otros muchos aspectos relativos a la financiación.
Es decir, cuanto mayor sea el riesgo de la inversión, mayor tendrá que ser la rentabilidad del instrumento financiero para que éste sea atractivo para los inversores. Nadie en su sano juicio renunciaría a la disponibilidad inmediata de sus capitales si no esperase un cierto rendimiento de su inversión, tanto mayor cuanto mayor sea el riesgo asumido.
Del mismo modo, cuanto menor sea el riesgo de la inversión, menor será también el tipo de interés o la rentabilidad de la inversión. Un ejemplo paradigmático de este fenómeno ha sido, durante estos últimos años, la prima de riesgo española, o lo que es lo mismo, la rentabilidad del bono a diez años español.
Cuando España estaba en riesgo de insolvencia y las noticias sobre un eventual rescate eran el pan nuestro de cada día, el bono a diez años español marcaba niveles de rentabilidad históricamente altos por el riesgo que transmitía nuestro país.
Sin embargo, una vez restablecida la confianza, el bono a diez años redujo su rentabilidad y la prima de riesgo se estabilizó.
Puestas así las cosas, la única razón para elegir una alternativa de ahorro sin riesgo ante una alternativa de ahorro con riesgo es la posibilidad de obtener una rentabilidad mayor.
Es decir, a igualdad de condiciones de riesgo, hay que optar por aquella alternativa cuya rentabilidad sea mayor. Y, del mismo modo, a igualdad de condiciones de rentabilidad, hay que optar por la alternativa cuyo riesgo sea menor.
Sin embargo, es muy difícil encontrar dos inversiones con características idénticas y, en todo caso, sus niveles de rentabilidad o riesgo serán muy similares.
No hay una respuesta única a esta pregunta, puesto que la decisión dependerá en última instancia de nuestra aversión al riesgo, o la preferencia de una persona para aceptar una oferta con un cierto grado de riesgo antes que otra con algo más de riesgo pero con mayor rentabilidad.
Existen, por tanto, tres tipos de inversores:
En cualquier caso, siempre podrán existir productos, como los bonos basura, cuya rentabilidad no compense el riesgo asumido.
Antes de escoger nuestra estrategia de inversión, debemos valorar si ésta cumple con nuestros objetivos de rentabilidad en función de nuestra aversión al riesgo.
Para ello, tendremos que calcular la probabilidad de forma aproximada de que nuestra inversión obtenga cada una de las rentabilidades esperadas por nosotros.
De esta manera podremos calcular la esperanza matemática:
E(I) = p1 x r1 + p2 x r2 + … + pn x rn
Donde p1, p2 ,... ,pn son las probabilidades de que nuestra inversión obtenga unas rentabilidades r1, r2,..., rn.
De este sencillo modo, podremos valorar si nuestra inversión alcanza el objetivo fijado de antemano. Como las rentabilidades pueden ser negativas, la esperanza matemática puede ser asimismo negativa (es decir, si ponderando las probabilidades, obtenemos pérdidas), lo que será un mensaje indicativo de que, quizá, no tenemos que acometer esta inversión.
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