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Desde que supimos de la presencia del coronavirus en enero de 2020 hasta llegar a la posterior pandemia mundial, España se ha visto inmersa en una serie de consecuencias sobre el PIB cada vez más negativas.
Como ya sabrás, la declaración del Estado de Alarma ha supuesto la paralización de una gran parte del país.
A consecuencia de este parón los efectos han incidido directamente sobre la oferta de bienes al impedir trasladarse, por ende, a la caída de la demanda.
Dicha disminución, por mucho que nos pese, provocará en los próximos meses un aumento del paro, y consecuentemente se traducirá en la pérdida de ingresos para muchas familias, autónomos y también en la desaparición de algunas pymes españolas.
El resto ya lo conocemos de la anterior crisis de 2008, a menores ingresos menor gasto familiar y menor dinero en circulación que acaba afectando a la pequeña y mediana empresa que, a su vez, vuelve a despedir a empleados o se ve forzada a entrar en concurso de acreedores.
Una rueda difícil de parar que nos lleva a una situación muy complicada cuando justo nos empezábamos a "recuperar" de la anterior recesión.
No es de extrañar que muchos sean los que pensamos que, debido a esta crisis sanitaria, España entrará en recesión.
Como ya ha ocurrido, el PIB seguirá cayendo en este segundo trimestre de la misma forma que ya lo ha hecho en el primero, puesto que las empresas no pueden funcionar al 100% de su rendimiento.
Sumado a este cierre temporal de muchas empresas y el funcionamiento al ralentí de otras tantas, hemos de tener en cuenta otro factor: la restricción de movimientos en que se halla sumida actualmente la población en España.
Dicha restricción de movimientos, añadidos a la pérdida temporal o definitiva del empleo que están sufriendo ya muchas personas y también el miedo (escénico en muchos casos) al futuro que nos espera, hará que las familias acaben disminuyendo también el gasto.
Sin duda esta es una de las grandes cuestiones que tienen entretenidas a gran parte de los economistas de este país: hacia qué escenario nos dirigimos, ¿inflación o deflación?
Pero antes de inclinar la balanza hacia uno u otro lado deberíamos definir a grandes rasgos qué es una cosa u otra:
Debemos tener en cuenta que tanto la inflación como la deflación tienen efectos negativos sobre la economía.
Al final el precio no es más que la correlación a la que se intercambian dos objetos: el bien o bienes por un lado y la moneda por el otro. De ahí que el precio de un bien o servicio en términos de moneda pueda encarecerse ya porque el bien se revalorice o porque la moneda haga lo contrario y se desvalorice.
En un escenario de deflación, donde se dé una caída de precios continuada, ésta puede arrastrar a la economía hacia otro escenario de recesión y a unas altas tasas de desempleo.
Al ver que los precios caen cada día, la gente se espera a que éstos bajen más, así que hay menos consumo (demanda), menos margen y menos beneficios para las empresas, que han de acabar despidiendo a empleados, una rueda de la que es difícil salir.
La crisis sanitaria del coronavirus ha supuesto una parada técnica y obligatoria para muchas empresas, lo cual ha paralizado de facto la economía española y, consecuentemente, el PIB se ha hundido.
Si tomamos en cuenta los dos actores principales de la economía, los bienes y el dinero, nos encontramos con lo siguiente:
La contracción experimentada en la oferta tendría que contribuir al encarecimiento de éstos (lo hemos visto últimamente en la cesta de la compra del consumidor cada vez que vamos al supermercado), es decir, un escenario inflacionista (a menor oferta, mayores precios).
Pero esta crisis también ha paralizado la producción, con lo que ha supuesto a su vez la destrucción de empleo y consecuentemente de las rentas (el que no produce tampoco ingresa). Así que atípicamente este hundimiento de la oferta ha ido de la mano de un bajón en los ingresos personales, y por tanto, de la demanda.
En este caso tan concreto hay menor oferta pero también menor demanda, con lo que no tienen porqué aumentar los precios, es más, incluso puede ayudar a que se reduzcan.
Además, la incertidumbre que estamos viviendo a causa de esta crisis sanitaria y el Estado de Alarma decretado por el Gobierno de España, también ha llevado a muchas familias, autónomos y pymes, a recortar gastos.
Visto esto, y en cuanto al valor de los bienes, el escenario que nos está dejando el COVID-19 en este primer brote parece más deflacionista que inflacionista.
La crisis del Coronavirus ha provocado una fuga inversora hacia activos líquidos (dinero, acciones en Bolsa, depósitos a plazo fijo, etc), lo cual ha incidido directamente tanto sobre la demanda como sobre la oferta monetaria.
La mayor demanda de moneda y menor oferta implican un mayor valor para la moneda y, por tanto, menores precios de los bienes que se venden contra ella, lo cual parece indicar por su parte otro escenario deflacionista al igual que ocurre en cuanto a bienes y servicios.
Hemos visto hasta ahora que el escenario que se nos presenta tiene más de deflacionista que inflacionista, pero debemos ser cautos ante dicha suposición dado que ésta puede verse alterada tanto por las políticas públicas como por las decisiones de los bancos centrales.
Las políticas fiscales y monetarias están orientadas a amortiguar la pérdida de ingresos de la parte de la población que ha dejado de producir (ERTEs, renta básica, rescate de los planes de pensiones, etc).
Si el Estado lograra estabilizar dichas rentas y a su vez el dinero siguiera circulando de igual forma que hiciera hasta hoy se producirían tensiones inflacionistas debido a la menor oferta e igual demanda, que solo podría ser suplida por la importación de las mercancías que no podemos producir.
Los pasivos estatales (desde el efecto de la moneda) son el activo monetario último de nuestra economía, y su valor depende de su propia oferta y demanda.
Si la demanda de estos pasivos se incrementa (acordaos de la fuga inversora hacia activos líquidos de alta calidad de la que hablábamos antes), es cuando el Estado suele aprovechar para emitir deuda sin que dichos pasivos de deprecien demasiado.
Pero hay que tener en cuenta que la demanda depende de la calidad de éstos, y dicha calidad se traduce en solvencia percibida por los inversores. Si los inversores desconfían de dicha solvencia la demanda acaba cayendo y su valor decae igual.
Entonces, ¿cómo puede colocar su moneda y sus bonos una economía débil cuando la mayoría de inversores está buscando alternativas solventes?
Con credibilidad.
Y aquí es donde entran las economías fuertes, que también tienen que enfrentarse a este problema, sobre todo si empiezan a endeudarse aceleradamente (como ha hecho España desde 2008), socavando la credibilidad de su deuda y que acabarían propiciando un escenario inflacionista.
Recuerda que si una moneda se deprecia en el mercado internacional, la capacidad de importación de productos también se ve afectada por los precios más altos, y sin dichas importaciones crece el gasto interno y una consecuente caída de la producción local que acaba encareciendo el producto -limitado- nacional.
Aunque creemos que en las grandes economías se alcance seguramente un periodo deflacionista, tampoco hay que descartar un escenario de alta inflación si la situación de esta crisis sanitaria acaba por socavar la situación financiera de dichas economías y consecuentemente la confianza de los inversores.
Entendemos que es difícil que se dé dicha situación, pero tampoco la vemos improbable en el caso de que el Gobierno de España (con toda la deuda que ya tiene acumulada) se lanza a la desesperada a emitir grandes cantidades de deuda pública sin ningún consenso sobre cómo llegar a amortizarla en un futuro más que cercano.
Lo que sí tenemos muy claro es que si esta situación se alarga mucho y en octubre tenemos un rebrote de infecciones (como la mayoría de expertos aseguran) nos va a tocar vivir un periodo de recesión y austeridad muy grave, con bajadas de salarios, recortes en pensiones y funcionariado así como una subida de impuestos jamás vista hasta ahora.
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