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A la hora de invertir en bolsa, son muchos los aspectos y factores que debemos tener en cuenta para el cálculo de nuestra rentabilidad si no queremos pecar de los mismos errores que cometen los inversores novatos.
En muchas ocasiones, nos fijamos solo en la plusvalía obtenida por la venta de un título con respecto a su precio de compra sin fijarnos en otros gastos y comisiones que reducen el beneficio obtenido por nuestra inversión.
Entre estos gastos se encuentran las comisiones por compraventa de valores, las comisiones por mantenimiento, los impuestos y otros gastos encubiertos, entre los que se encuentra el spread.
El spread se define como la horquilla que existe en todo momento entre el precio de compra y el precio de venta de un activo en un mercado determinado.
Estos precios se conocen en la jerga financiera como el bid y el ask o, dicho de otro modo, el precio que tú vendes al mercado y el precio al que tú compras al mercado, respectivamente.
En un mercado normal y corriente aparentemente existe un único precio al cual el vendedor vende su mercancía y el consumidor la compra.
Nosotros, como consumidores, acudimos al mercado y compramos (o no) el producto al único precio que el vendedor nos lo quiere vender.
Sin embargo, cuando asumimos tanto la figura del vendedor y como la figura del comprador en un mismo mercado (como es la bolsa, por ejemplo), existirá un precio al que desearíamos comprar un activo y un precio al desearíamos venderlo, que no tiene por qué ser el mismo (y, de hecho, no lo son).
El precio al cual queremos vender en el mercado (bid en la jerga anglosajona) será siempre menor que el precio al que queremos comprar en el mercado (ask).
Este comportamiento es lógico en la psicología de un inversor normal que quiere obtener el máximo beneficio posible (vender la precio más caro posible y comprar al precio más barato posible).
Cuando se combinan las decisiones del común de los inversores en el mercado, tenemos como resultado estos dos precios para un activo, cuya diferencia da como resultado el spread.
Si adoptamos una posición larga en bolsa, compraremos siempre al precio ask y venderemos siempre al precio bid. Dado que el ask es siempre mayor que el bid, tendremos que asumir siempre un coste a la hora de liquidar nuestra inversión, el spread.
Por ejemplo, si cada acción de Telefónica tienen un bid de 10 euros y un ask de 8 euros y queremos comprar 10 acciones, tendremos que desembolsar 100 euros.
Si, dos días después, el precio bid-ask es de 12-9 euros y queremos liquidar nuestra inversión, tendremos que asumir una pérdida de 10 euros, ya que venderemos las acciones a 9 euros (el precio ask).
Es decir, solo por entrar en el mercado, ya estaremos perdiendo dinero que será tanto mayor cuanto mayor sea la horquilla entre el ask y el bid, es decir, cuanto mayor sea el spread.
Se trata por tanto de una comisión o gasto encubierto que puede reducir de forma notable la rentabilidad de nuestra inversión.
Se calcula de la siguiente manera:
Coste por spread = (ask-bid) x número de acciones compradas.
Existen brokers que no aplican comisiones en la compraventa de valores en los mercados. Esta atractiva oferta la compensan con un spread mayor que, al fin y a la postre, no deja de ser una comisión más.
En otros brokers que aplican comisiones, en cambio, el spread suele ser menor y a ojos de un inversor novato o inexperto, la oferta es menos atractiva.
En general, esta decisión depende de muchos factores entre las que se encuentra el volumen de compra.
Para cantidades pequeñas, quizá resulte más interesante un broker con un spread más alto dado que muchos de ellos tienen una comisión mínima que, para operaciones de cuantía reducida, nunca se suele alcanzar.
Sin embargo, si las cantidades con las que vamos a especular son mayores, es posible que sea más interesante contratar los servicios de un broker con un spread más reducido.
El spread supone una merma en la rentabilidad de la inversión que, en muchas ocasiones, no suele ser considerada como tal por los inversores.
No obstante, es necesario considerarlo como una comisión o un gasto más para no caer en errores a la hora de calcular nuestros objetivos de rentabilidad.
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